domingo, 28 de noviembre de 2010

FREDRIC BROWN - Marcianos, go home (1955)

He de confesar que mi inicio en la ciencia ficción se debió a los marcianos. Hablo de la invasión de esos seres del planeta rojo, esa fijación ensoñadora y aterradora que ha acompañado a los hombres al menos desde finales del XIX. No me refiero a hombrecillos verdes, cabezones, desproporcionados, medio lelos, sino a espeluznantes criaturas capaces de lo peor que, cómo no, acaban sucumbiendo. Y sentirse espectador, y superviviente, de una historia de este tipo no tiene precio. Ya hablé de mis lecturas infantiles de la obra de H. G. Wells en otra reseña.

Fredric Brown era otro tipo de escritor, con otras ideas sobre la vida y, por tanto, sobre la literatura. En la novela Marcianos, go home, Brown no nos habla precisamente de marcianos que tratan de cocinarnos, esclavizarnos o robarnos el planeta; no, sino de enanos verdes que vienen a burlarse de nosotros, a sacarnos de quicio violando nuestra intimidad, a partirse de risa aireando los secretos que creíamos seguros, y lo hacen en cualquier momento y lugar. Y no hay medio de pararlos porque son incorpóreos, ven a través de los objetos y se trasladan en el espacio a mucha velocidad (lo llaman “kwimmar”). Vienen a reírse, y se lo hemos puesto muy fácil.
Brown juega desde la primera página a hacernos creer en los marcianos, para luego dejar el asunto de su existencia al juicio risueño del lector. De esta manera, comienza diciendo que debimos estar atentos a las señales, a las novelas que como la de H. G. Wells nos anunciaron lo que podía pasar, o a programas de radio como el famoso de Orson Welles de octubre de 1938 –muy presente en toda la novela-. Precisamente, el protagonista de Marcianos, go home es un escritor de ciencia ficción llamado Luke Deveraux, un hombre que ha perdido la inspiración y que se ha refugiado en una casa en mitad del desierto para ver si se le enciende la luz. El tipo bebe, bebe mucho, y un mañana de mayo alguien llama a su puerta. Es un hombrecillo verde, de unos 75 centímetros de altura. “Hola, Mack (porque los marcianos llaman Mack a todos los hombres, y Jane a las mujeres). ¿Es esto la Tierra?”.
La llegada de los marcianos supone el fin de la intimidad. Brown insiste mucho, porque es gracioso, en el problema que dicho asunto supone para el sexo: tener espectadores baja el índice de natalidad. Pero no sólo esto: los enanos verdes arruinan cualquier tipo de reunión social, especialmente los espectáculos y los medios de comunicación. Se acabó el teatro, el cine, los deportes y la radio. Ya no hay secretos en la pareja, entre amigos, ni en la política, las empresas o el ejército. La crisis económica es completa. Es más; la ciencia ficción deja de interesar –el marciano está en casa-, y los lectores se pasan a las novelas del Oeste y a las de detectives.
El capitalismo sufre una crisis económica gravísima, pero el comunismo, basado en “la Gran Mentira”, se desmorona. La guerra no es posible porque no hay secretos, pero tampoco las revoluciones porque “ni siquiera el más fanático de los revolucionarios deseaba el poder en aquellas circunstancias”. Y Brown va encadenando historias particulares para ilustrar lo “castigado, burlado, perseguido, impotente, maniatado, mortificado y sacrificado” que se sentía el hombre de la calle.
Pero no todos creen que sean marcianos, ni están seguros de sus propósitos. Las Iglesias piensan que se trata de demonios enviados por Dios para castigar al hombre, y hay quien cree que han venido para darnos una lección sobre la paz en el mundo –hoy sería para que cuidemos el planeta-. Los marcianos se acaban yendo, no voy a contar por qué ni cómo para no machacar al futuro lector, pero sí puedo apuntar que el final queda en suspenso y cargado de ironía. El estilo de Marcianos, go home me ha recordado el de dos escritores contemporáneos, Jardiel Poncela y Karel Capek; con esta obra que ironiza sobre la pretendida seriedad del género de la ciencia ficción, en una línea que comenzó en otra de sus novelas, Universo de locos (1949).

Esta narración de Fredric Brown se puede interpretar como un ensayo sobre el derecho a la intimidad como pilar de la sociedad humana y, por tanto, necesario para el equilibrio mental del hombre. Curiosamente, el Estado no tiene un papel significativo, sino que la iniciativa para terminar con el problema de la presencia marciana parte principalmente de la iniciativa individual. A destacar la ingenuidad creíble de la ONU descrita por Brown.
Si yo fuera tú, seas marciano o no, la leería.

domingo, 14 de noviembre de 2010

JACK VANCE - Los Chasch (1968)

Uno de los lugares de mi memoria comiquera es El Aventurero; ahí, en la calle Toledo, cerca de la Plaza Mayor, en Madrid. Me pillaba cerca del Instituto. Su escaparate era la frontera entre los mundos que desde dentro me tentaban y mi maltrecho bolsillo. Pero llega el día en que el bachillerato acaba, y la vida cambia, comienzan cosas nuevas y otras simplemente las dejamos atrás. En mi caso fueron los cómics. No recuerdo bien cómo era el tendero que sesteaba detrás del mostrador. Quizá era un tipo delgado, con un bigotito a lo Antonio Resines, camisa de manga corta metida por dentro del pantalón, de esa especie humana que levanta una ceja cuando entras en la librería y te mira con ese gesto de “Te tengo calao, chaval. Sólo vienes a ojear los tebeos”.

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